Llevas pocos meses viviendo en un nuevo país, has desempaquetado tus maletas y cajas. Has leído todo tipo de informaciones sobre viviendas, transporte, trabajo, escuelas, sanidad, tasas, papeleo. Poco a poco se van poniendo las cosas en su lugar y haces lo posible para establecerte lo más rápido posible, para sentirte en tu casa y sentirte confortable.
¿Y cómo te sientes? ¿Te has parado a pensar en ello? Mudarse está considerado como una experiencia altamente estresante, como también lo es cambiar de trabajo, buscarlo, cambiar de país, etc. En tu caso, todo en uno. Estás atravesando un montón de cambios a tu alrededor con más demandas de las habituales y este nuevo ambiente te demanda adaptación.
En algunos casos los expatriados buscan terapia motivados en parte por la frustración de estar aislados. Cualesquiera que sean los problemas que conducen a empezar una terapia, las causas más frecuentes son que la gente no tiene amigos (o no tan íntimos) o familia cercana con quien puedan confiar acerca de sus dificultades actuales. Para cualquier persona, la presión que se acumula por no ser capaz de compartir luchas puede ser enloquecedor. Esto parece ser además intensificado para las personas que viven en el extranjero.
Aunque la mayoría de gente consigue sobrellevar los aspectos negativos de la migración por la existencia de otros aspectos positivos, la migración es un factor de riesgo en la salud mental a causa del estrés o duelo migratorio, llamado síndrome del inmigrante o síndrome de Ulises.
Para la elaboración de los duelos las personas utilizamos una serie de defensas psicológicas o errores que son mecanismos psicológicos de defensa. No son por sí mismos negativos pero cuando son abundantes distorsionan radicalmente la visión que tenemos de la realidad y nos impiden la adaptación y elaborar el duelo migratorio.